En muchas ocasiones cuando alguien me hace elegir entre lo que salvaría en mi casa de un incendio, lo tengo claro, lo único que merecen la pena son las personas. A nada he llegado a cogerle tanto cariño como para dedicarle un ápice de riesgo de mi vida.
Es cierto que me gusta disfrutar de las cosas bellas que tengo a mi alrededor, de lo útiles que me resultan en diferentes ocasiones o de los recuerdos que me evoca mirarlas, pero tengo claro que no tengo apego alguno a ellas, que no encienden en mi sentimientos que pudieran hacerme infeliz al desprenderme de ellas y que no tardaría mucho en recuperarme de una cuestión así.
Todas esas veces que me he enfrentado imaginariamente a ese dilema, ha sido más fuerte el mal recuerdo de las personas, a quienes he visto sufrir y dejar de ser felices a mi alrededor…
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