Actualmente debido al ritmo frenético, la ansiedad y las prisas del día a día, los padres intentamos compensar cualquier deseo o necesidad de los hijos con cierta desmesura evitándoles cualquier dificultad o contratiempo. El resultado es una percepción errónea del niño que se cree incapaz de resolver los problemas por sí mismo.
Protegiendo en exceso podemos perjudicar mucho más que beneficiar; debemos tener en cuenta que el niño no vive aislado, está en situación de riesgo, expuesto a peligros que debe afrontar y que le servirán de trampolín para seguir evolucionando en su desarrollo personal. La realidad cotidiana ofrece momentos de alegría, pero también decepciones… y ellos, dueños de sus sentimientos y pensamientos, desarrollarán recursos y estrategias para afrontar metas complejas.
La tolerancia a la frustración y la participación en las tristezas y en los placeres de los que le rodean propiciarán que comience a descubrir el rol que va desempeñando en su entorno social.
- El cuidado excesivo. ¿Qué significa “sobreproteger”?
Sobreproteger, el querer ”hacer la vida más fácil”, puede desembocar en que el niño muestre un comportamiento dependiente, introvertido, sin fuerza de voluntad, con alto grado de tiranía, donde busca la obtención de ayuda inmediata que le conduce a exigir en cada momento la satisfacción de sus demandas, renunciar a las propias responsabilidades, necesitar la continua ayuda y aprobación para actuar, “no realizar esfuerzos”, la inseguridad… en muchos casos los adultos fomentan las conductas más infantiles de lo que corresponde a la edad. Los niños no son autónomos porque determinadas cosas se las hacen sus padres, “les sale mejor” (desconfianza) y “tardan menos tiempo” (impaciencia). El resultado futuro, una personalidad débil e insegura, el desarrollo de ansiedad o de angustia de separación, y el miedo “a crecer”.
– Los niños son capaces de hacer MUCHAS MÁS COSAS de las que nosotros nos creemos.
– Los niños serán MUCHO MÁS CAPACES si les damos oportunidades suficientes.
- Consecuencias.
– Demanda de atención constante y escasa madurez emocional, debilidad y comportamiento excesivamente infantil para la edad.
– Dependencia, no autonomía, no iniciativa.
– Miedo, timidez, sumisión social, inhibición.
– En ocasiones deficiente dominio del propio cuerpo y escasa capacidad de razonamiento.
– Escaso desarrollo de sus habilidades básicas primarias (vestirse, comer…)
– Postura de pasividad, comodidad.
– Autoestima baja, inseguridad, incapacidad para resolver dificultades y afrontar problemas.
– Poca tolerancia a la frustración.
– Poca valoración de lo que tiene.
– Falta de realismo y esfuerzo por llegar a metas.
– Poca capacidad para asumir responsabilidades y consecuencias de sus actos.
– Influencia excesiva de los ambientes que lo rodean.
- ¿Cómo actuar?
Muchos padres pretender evitar que sus hijos pasen por aquellas experiencias negativas que ellos han vivido, tratan de allanar el camino, eliminar escollos, hacer que no pasen angustia ni ningún tipo de temor… en definitiva, lo que están haciendo estos padres es sobreproteger. Y esto no implica el estar haciendo realmente un favor a nuestros hijos; no es tarea fácil darse cuenta de que a pesar de los intensos lazos emocionales que existen debemos dar una buena educación evitando esa sobreprotección que en el fondo les debilita; el hecho de que lloren o se enfaden supone una descarga de carácter emocional que es necesaria para los seres humanos y nos corresponde evitar que utilicen estas rabietas para minar nuestra resistencia y conseguir aquello que desean.
Cuando pensamos que “ya tendrá tiempo de sufrir”, “bastantes problemas existen ya como para no darle este capricho…” no estamos facilitando una estructura ordenada en el desarrollo madurativo y emocional del niño;evidentemente cuando son muy pequeños, su dependencia es absoluta de los padres, básicamente de la madre; pero según van creciendo, en conveniente “ir soltando amarras” a pesar de que esto suponga para los padres una sensación de inquietud, ansiedad o incluso cierto vacío. Ir solos al colegio cuando ya tengan edad para ello, permitirles salir un rato más con sus amigos o dejarles que se queden a dormir en casa de un compañero de clase son situaciones que tarde o temprano tendremos que asumir, lo que no implica desentenderse o no estar atento a la actitud y comportamiento del niño; lo que sí implica es la necesidad de ir aceptando que nuestros hijos crecen y que deben asumir solos situaciones y resolver problemas que se les presentarán en un futuro y que no siempre podremos compartir.
A veces el sentimiento de culpa de los padres por no pasar mucho tiempo con sus hijos es lo que les lleva a seguir sobreprotegiéndoles, donde todo lleva a cumplir los deseos de los niños y a satisfacer sus caprichos pues “para un rato que pasan juntos” lo mejor es “evitar problemas”, no discutir en un entorno de supuesto bienestar donde todo parece ajeno al conflicto. Lo que realmente puede estar ocurriendo es que les saturamos de regalos que finalmente no valoran a fin de evitar pataletas en las que los niños digan cosas que no nos son agradables, y que utilizan para que caigamos en un consentimiento desproporcionado que no les hace ningún favor.
Por lo tanto lo que sí podemos hacer es:
– Ayudar al niño a darse cuenta de los beneficios de hacer las cosas por sí mismo.
– Aportarle sugerencias para que soluciones los problemas con sus propios recursos.
– Permitirle que cometa errores sin anticiparnos para evitarlos. Una vez que esto suceda, analizar con él la situación de manera objetiva para mejorar.
– Tener paciencia y ensayar los intentos que sean necesarios, el niño no comprenderá los temas de adultos a la primera.
– Preguntarle si necesita nuestra ayuda y cómo. A veces pensamos, sentimos y actuamos en su lugar.
– Potenciar que asuma responsabilidades colaborando, por ejemplo, en tareas domésticas. Es importante plantearnos si somos demasiado permisivos o indulgentes.
– Hablar de las situaciones complicadas, miedos, inseguridades… tranquilizarlo, restar “angustia” y así fortaleceremos su personalidad.
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