Existe una resistencia natural de los empresarios al cambio. El cambio supone, mientras se maneja con seguridad los nuevos elementos, un impase en que no se aprecian las ventajas que nos ofrecerá llevarlo a cabo; lo que además supone generalmente un cambio de la realidad física que está sujeto a un costo, que es percibido como un riesgo adicional. Toda búsqueda de nuevo conocimiento representa un riesgo que no todo empresario está dispuesto a enfrentar.
El creador del concepto de reingeniería Michael Hammer sostiene que “no es la naturaleza del trabajo lo que cambia. Lo que cambia es la habilidad del individuo y el grado de conocimientos más profundos que pueda aportar al trabajo, lo mismo que la complejidad de las situaciones que pueda manejar, por ejemplo, un trabajador que a principios de siglo XX obedecía y aplicaba pasos y procedimientos sin entender mucho del sentido de ello”.
Todo cambia y nada permanece como decía Heráclito. La vida social obedece a transformaciones profundas y aceleradas desde la segunda parte del siglo XX. Y continuará por más tiempo no predecible.
Los cambios son cada vez más acelerados, a los que no podemos sustraernos. Se trata de una sucesión continúa e interminable de cambios cortos, largos y profundos que arrollan a las personas. Por lo que tenemos que aprender a vivir y prosperar en una sociedad llena de constante demanda, a la que a su vez cambia a cada momento.
Hoy, en una empresa con éxito, cada trabajador está compartiendo el sentido de la misión de su organización, entiende de su actividad en ese contexto, y sus tareas son concebidas como actividades integradoras de sus competencias donde pueden y deben incorporar sus conocimientos en el proceso de agregar valor. Más que un saber o un saber hacer, lo que estamos haciendo es construyendo con nuestras competencias es un saber actuar. Es aquí que tiene cabida la importancia que hoy se está reconociendo a las habilidades sociales ligadas a la inteligencia emocional.
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