Podemos poseerlo todo, tener la riqueza y el poder que deseamos, pero ¿en realidad nos estamos mostrando como una persona bienaventurada? ¿Nos comportamos como alguien merecedor de dicha? En esta pequeña fábula del gran escritor argentino Jorge Luis Borges, conocerás que la arrogancia no es un buen aliado en la vida. Con los malos tratos los únicos damnificados seremos nosotros, pues así estamos creando animadversión a nuestro alrededor. Conoce cómo hasta el hombre más poderoso puede llegar a ser nada, el orgullo es nuestra perdición. Somos hombres.
Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó a construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribo sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días, y le dijo: “Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que veden el paso.” Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en la mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con aquel que no muere.
Reflexión
Querido lector, en este pequeño cuento, Los dos reyes y los dos laberintos, podemos ver cómo un hombre que no tenía ninguna necesidad de ostentar sus bienes terminó perjudicándose a sí mismo. La pregunta que debemos hacernos es la siguiente: ¿acumulamos riquezas para sentirnos bien con nosotros mismo o para querer lucirlas a los demás? Así sucedió con el rey de Babilonia que quiso que el otro rey admirara la fastuosidad de su laberinto. El otro rey de Arabia no tenía grandes laberintos sino un desierto, y la simplicidad de la arena llegó a ser más contundente que el laberinto artificioso. ¿Nosotros quiénes queremos ser? ¿El rey que vive de la vanidad aparente o el rey que siempre se encargó de tener un buen ejército en sus tierras? ¿Quién tuvo al final el verdadero poder?
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